Consecuencias (in) esperadas de la inseguridad


Daniel Haering

Mucho se ha escrito sobre los costos económicos asociados a la inseguridad en Guatemala. entre el 7 y el 8% del PiB, según estudios del PnUD, nos cuesta a los ciudadanos contratar seguridad privada y demás gastos evitables en circunstancias más tranquilas.

La percepción negativa de inversión reflejada año tras año en diversos índices que miden entorno para los negocios, ahuyenta y desvía capitales en busca de una rentabilidad más segura. Un empresario que quiere comenzar un negocio debe contemplar servicios impensables en otros países que anquilosan la actividad de la poco competitiva economía guatemalteca.

Todos estos análisis son importantes y toda insistencia en las cifras es poca. Mas quizá no nos sentamos a reflexionar con tanta asiduidad cómo deberíamos actuar sobre las evidentes consecuencias de la criminalidad generalizada.

La inseguridad afecta nuestras relaciones sociales, permea casi todos los aspectos de nuestra relación con los otros. Venir de un país donde la criminalidad es alegremente inusual, donde los robos se tornan amables comparados con los atracos pistoleros de aquí y donde el asesinato es cercano solo en películas y series de televisión, le da cierta perspectiva. aún a riesgo de exagerar y sin agotar otras causas, que sin duda existen, la inseguridad define la vida del ciudadano en múltiples maneras.

La inseguridad dibuja nuestras ciudades. cubre las casas de alambres espinosos, corta accesos a lugares públicos y hace que las talanqueras sean parte del paisaje y mejores amigas de una comunidad con modestos excedentes para invertir en sí misma. Restringe el divertimento de muchos guatemaltecos a recintos cerrados y obliga a otros tantos a tomar medidas de seguridad que legítimamente no les corresponden. La inseguridad encierra (muchos preferiríamos el transporte público) a una minoría de la ciudadanía en carros y hace caminar siempre alerta a la mayoría, con la añadida incomodidad de la ausencia de aceras y pasos seguros.

La violencia se mete en nuestras vidas con sutil cotidianeidad. Si matan a alguien en plena vía pensamos en cómo evitar el tráfico, y las conversaciones sobre cuántas veces nos han robado el celular o entrado en nuestra casa son relativamente normales. como extranjero proveniente de una ciudad donde no recuerdo más de un par de homicidios en toda mi vida, me sorprende lo acostumbrado que estoy en tan solo seis años a pláticas indeseables, a escuálidos polis con rifles en las puertas de los comercios y a hábitos ya inconscientes que reducen los riesgos para mí y los míos.

Es inevitable pensar en los cambios que traería una seguridad europea (o nicaragüense, o tica si no somos tan ambiciosos) a Guatemala. Subiríamos unos cuantos puestos en todos los rankings y nos acercaríamos a algo que a muchos nos parece posible: Guatemala como mejor país del mundo.

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