El sistema educativo a debate, enmedio de una pandemia
Aún no se pueden predecir los cambios, pero sí se puede reflexionar sobre las tendencias que se adoptaron ante la nueva realidad
El Covid-19 ha forzado un encierro y un aislamiento nunca antes vivido, lo que nos convierte en inexpertos en el manejo de esta situación. Súbitamente, millones de alumnos de colegios y universidades vieron como su mundo cambiaba drásticamente. Al igual que ellos, sus padres y profesores experimentaban idéntica sensación, si bien desde perspectivas muy diferentes. Todos nos preguntamos qué pasaría ahora que quedábamos recluidos en casa y se interrumpía esa dinámica de ir al colegio o a la universidad, interactuar con compañeros y profesores y regresar a la casa con deberes o lecturas por hacer. El mundo, en definitiva, cambió prácticamente de un día para otro, y a muchos nos pilló sin capacidad de adaptación a esta emergente realidad.
Inicialmente se pensó -ahora vemos que erróneamente- que el encierro sería de unos pocos meses, quizá un semestre a lo sumo. Hoy vemos que será de un año, al menos, y que definitivamente muchas cosas cambiarán. Se perdieron los recreos, la cafetería, la charla de biblioteca y sentarnos juntos en la hora de almuerzo, así como departir con el resto de compañeros. Aquella estampa de debates y discusiones en clase o de trabajos en grupo por las tardes o en casa de alguien, es posible que quede grabada en la memoria y no se repita nunca más, por lo menos tal y como la desarrollábamos hasta hace pocos meses. Es difícil predecir lo que ocurría, pero si, al menos, reflexionar sobre algunas cuestiones que ya son realidad y otras que presumiblemente habrá que ir adoptando.
Mientras el virus esté presente o haya amenaza de pandemias similares -un riesgo permanente en cualquier análisis del futuro- cómo mínimo el aforo a las aulas se verá reducido. Si antes se impartía clase a muchos alumnos, definitivamente el aislamiento y la distancia que aconsejan las normas sanitarias hará que en el mismo espacio quepan, a lo sumo, la mitad. Eso requeriría duplicar las aulas, los profesores, el tiempo o el costo, lo que seguramente no será posible, ni eficiente.
Por tanto, es presumible que en el futuro próximo los cursos tengan una fase presencial no superior al 50% del tiempo que tenían antes. Quizá los alumnos asistan al aula en días alternos, siguiendo cualquier criterio de los que hemos visto utilizar para otras cuestiones, unos alumnos por la mañana y otros por la tarde, pero no juntos ni durante toda la semana. Las clases virtuales continuarán y se fomentarán, así como los exámenes en línea, mediante el uso de programas ya empleados que han resultado ser muy exitosos. Es aquí donde el profesor deberá hacer un esfuerzo extra porque el alumno le supera en capacidad de adaptación y comprensión tecnológica y quien no lo consiga quedará fuera del mercado de la enseñanza.
Los tiempos harán que quien no “domine” la tecnología y tenga la capacidad de ser creativo al usarla, no podrá desarrollarse profesionalmente en este sector. Será, sin duda, un enorme reto para muchos profesores acostumbrados a sus clases magistrales o a ejercer “un cierto control” en y del entorno del aula. “Maestros diferentes, centros de enseñanza distintos”, puede ser un lema o la idea que resuma esa necesaria reconversión.
La enseñanza de muchos cursos se verá favorecida y en otros, contrariamente, se deberá hacer un mayor esfuerzo de adaptación. Solo pensemos en la educación física, la música o los laboratorios de química o bilogía y, en el otro extremo, pongamos las matemáticas, las ciencias sociales o la lectura y discusión de libros. Es fácilmente comprensible que uno de esos grupos padecerá el cambio en menor medida mientras, el otro, deberá ser creativo en su nuevo normal.
El sistema, en general, se decantará más por el aprendizaje que por la enseñanza, en esa pugna -bastante superada a estas alturas- entre la responsabilidad del estudiante de aprender y la capacidad del profesor de enseñar. El autoaprendizaje comenzará a tomar el liderazgo con el tiempo y el profesor deberá ser más motivador, animador, creativo y entusiasta que antes. Solo hay que recordar que veremos a los alumnos una fracción del tiempo que antes compartían con nosotros, al estar en el campus muchas horas y disponer de más tiempo.
Lo positivo será que la responsabilidad de cada quien (la actitud) tomará un valor superior, y se deberá promover y fomentar desde los niveles más bajos. No valdrá, en general, escudarse en la masa o difuminarse en un aula llena en la que difícilmente se es sujeto de atención personalizada. Cada quien “valdrá” por el esfuerzo que haga y, seguramente, en una década veremos traducido ese comportamiento en valores sociales diferentes o más pronunciados.
Las pocas clases presenciales se emplearán para debatir, consolidar o presentar las dudas de temas que se han tenido que estudiar en casa previamente. No se irá al aula a “aprender” sino que se llevará “aprendido” para consolidarlo en esas reuniones presenciales, lo que se traduce en mejor actitud y responsabilidad de los alumnos y en un trabajo diferente de profesores.
Los padres, por nuestra parte, tendremos que asumir un papel mucho más protagónico, por diversos motivos. Nuestros hijos estarán casi todo el tiempo en casa -o mucho más tiempo que antes- y deberemos establecer unas normas más rígidas que impidan caer en un tedioso día a día al pensar que hay vacaciones permanentes, que no es necesaria una mínima disciplina y orden en el horario.
El joven ya no deberá madrugar para tomar un bus, pero si deberá tener un horario al que se adapte en esa nueva dinámica. El almuerzo en casa redundará en un enorme beneficio para los buenos hábitos alimenticios, lo que, unido a un mayor descanso, repercutirá positivamente en la salud física, aunque queda pendiente todo el tema emocional, algo de lo que se ha hablado poco pero que requiere de una profunda reflexión. Recordemos que muchos de nuestros hijos superaban su timidez y forjaban su carácter dentro de una dinámica de relaciones humanas que así lo incentiva y que se construían, fundamentalmente, en el colegio y posteriormente en la Universidad ¿Seguirá la “promo” reuniéndose años después si toda esa interacción se ha reducido o anulado?
Otra labor necesaria que deberemos asumir los padres es una mayor implicación en las tareas educativas. No solo habrá que estar más pendientes de que nuestros hijos sigan esa nueva dinámica educativa en casa, sino que seguramente deberemos suplir, aunque sea parcialmente, la falta de un profesor o tutor que físicamente estaba presente todo el tiempo en la “anterior”. Deberemos ponernos al día, buscar el tiempo necesario e implicarnos en la formación, un reto nada fácil teniendo en cuenta que no todos disponen del tiempo necesario, pero sobre todo de los conocimientos para poder ayudar.
Aspectos muy importantes como adaptar la metodología al proceso de aprendizaje de cada alumno o la atención personalizada a aquellos que la requieran, puede verse dificultada, así como la detección de ciertos problemas de conducta o aprendizaje que requieren atención personalizada o el control de situaciones especiales que siempre pueden surgir en un colectivo. Esa incidencia emocional es presumible que se vea más marcada en niños pequeños que en adolescentes y universitarios. Habrá miedo de muchas familias en que sus hijos pequeños lleguen a las guarderías o a cursos de kínder. Si antes la contaminación de enfermedades infantiles era un riesgo asumido por muchos padres, el Covid-19 pone sobre la mesa la opción de mayores precauciones en una población más vulnerables como los niños pequeños y aquellos que tiene alguna dolencia que pueda complicar contagiarse del virus.
Se deberá organizar la vivienda con “espacio escolar y oficina” toda vez que es posible que alguno de los padres deba realizar su trabajo también desde el domicilio. El internet deberá evolucionar en velocidad y capacidad por la demanda que tendrá y será algo a considerar si se desea estar interconectado con este mundo virtual que la pandemia ha forzado. Una nueva infraestructura que seguramente reemplazará el cuarto de juguetes o la sala familiar, hasta ahora centros de reunión.
En este último apartado será necesario promover las políticas públicas que permitan extender la interconectividad a todos los rincones del país, dotar a las aulas de la tecnología necesaria y modificar los programas de estudios de los docentes para que puedan atender este nuevo sistema educativo. No es algo que puede hacerse con voluntad en menos de una década, así que de proseguir la situación que nos lleva a todos estos cambios, al menos una generación sufrirá las consecuencias del abandono histórico de la educación, tal y como ahora padecemos el de la salud.
Sin embargo, no hay que tener miedo a estos retos. En general, todas las profesiones y muchas instituciones y empresas se han adaptado al ritmo que marcaban los tiempos, si bien es cierto que a la velocidad adecuada. El gran problema, con estas nuevas formas es que se ha reducido sensiblemente el tiempo disponible para adaptarnos y se ha producido una demanda internacional de los medios necesarios, lo que genera estrés y ansiedad, además de grandes costos que no todos los países -o las personas- pueden soportar.
El hecho de abrir los centros de enseñanza ya será una dura decisión política que se unirá a la del centro en cuestión y a la de los padres que tienen hijos inscritos en aquel. Es posible que, de forma sintetizada, se promuevan tres modelos para colegios y universidades, no así para guarderías y jardines de infancia:
1. Asistencia presencial. Los estudiantes asistirán días completos a clases los lunes, martes, jueves y viernes. Seguirán un horario académico con las precauciones establecidas para mantener la salud y la seguridad. Los miércoles – o los días que queden libres según asistan presencialmente- los estudiantes recibirán instrucción remota desde casa. La instrucción en persona deberá promover el distanciamiento social y las limitaciones para reunirse en grupos
2. Modelo híbrido. Se usará para reducir la población estudiantil en aproximadamente un 50% y hacer posible un mayor distanciamiento social. Cada clase de cada curso se dividirá en dos grupos y sus integrantes asistirán en persona al centro educativo dos días alternos a la semana en horario completo. Además, seguirán un proceso a distancia los miércoles.
3. Enseñanza instrucción remota a tiempo completo. Los estudiantes no asistirán físicamente al centro educativo. Toda la enseñanza y el aprendizaje se llevarán a cabo de forma remota a través de la instrucción sincrónica (en vivo) y asincrónica (independiente).
No hay una fórmula única ni muchos menos una manera mejor que otra de hacer las cosas. La humanidad ha evolucionado siguiendo la dinámica de prueba y error y aprendiendo de lo malo o inapropiado para alcanzar lo bueno o adecuado. En esta ocasión no será diferente.
Es posible que en un mismo lugar -ciudad- diferentes centros opten por soluciones distintas en función de muchos otros aspectos que ni siquiera hemos mencionado. El miedo, la incertidumbre, las posibilidades, las particularidades de cada grupo familiar o alumno, la carrera o los estudios en cuestión, la salud de cada quien y otras muchas variables, incidirán en la mejor toma de decisiones que seguramente será criticada y/o cuestionada.
En todo caso, sí hay cosas que quedarán ahí posiblemente para siempre: la mascarilla, la reducción de interacción, los recreos con sus juegos y competencias, las celebraciones multitudinarias relacionadas con las graduaciones, las grandes aulas, etc. El mundo nos ha cambiado de un instante para otro y es algo de lo que no podemos escapar.
¿Cuánto incidirá todo esto en el futuro próximo especialmente en el carácter de los alumnos y la calidad educativa? Es una de las muchas preguntas que quedan por responder, aunque no hay de otra que esperar a que el tiempo pase y se vean los resultados. Quizá pensando que es una oportunidad, logremos mejores objetivos y resultados que negándonos a aceptar algo que ya se ha impuesto.
Pedro Trujillo
Consejero Editorial
Revista GERENCIA
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