La experiencia Venezolana, las políticas desacertadas que paralizaron una economía próspera – Enero 1990
En los 70, Venezuela resaltó entre los países latinoamericanos. Su riqueza petrolera fue la causa. Para comienzos de esa década el barril de petróleo se cotizaba entre US$2 y US$3, cifra que para 1978 se había cuadruplicado y, por supuesto, enriquecido las arcas del Estado. La situación empoderó totalmente al Estado, reduciendo la participación privada en la generación de ideas y políticas, al extremo de obviar líneas alternas para el crecimiento. El petróleo lo fue todo, el principio de la riqueza, pero también el principio del fin de su modelo económico.
La importancia del fenómeno dio lugar a que Revista GERENCIA le diera un espacio especial. Para ello se valió de una publicación de la Revista de Desarrollo Económico, editada por la Cámara de Comercio de Caracas, Venezuela. El artículo reproducido fue escrito por Vladimir Chelminsky, director ejecutivo de esa cámara, y se tituló: “La Experiencia Venezolana: Cómo las políticas desacertadas paralizaron una economía próspera”.
En el artículo, Chelminsky resaltaba los amplios logros de la economía venezolana, subsidiados por el oro negro, pero también advertía lo frágil que resultaba el modelo de cara al futuro. Y los problemas precisamente comenzaron a finales de esa década, cuando el país se enfrascó en una crisis económica que alimentaba la frustración y la desesperación de los venezolanos.
El entonces director de la Cámara de Comercio de Caracas puso énfasis en cómo los controles de precios fueron paralizando “gradualmente” a la economía, a tal extremo de detener la construcción de viviendas para alquiler, clínicas, escuelas privadas, playas de estacionamiento, estaciones de gasolina o supermercados, por ejemplo.
También resaltó los daños que, según él, causaba el obligado incremento anual de salarios. Para entonces, la ley obligaba a subir un 30 por ciento anual los salarios de los trabajadores, lo que, por las condiciones de los precios internacionales del petróleo podía cumplir el Estado, más no el sector privado que se veía socavado por la cada vez más agresiva influencia del Estado en las actividades productivas.
El artículo de Chelminisky, en resumen, planteaba para entonces cómo la economía venezolana era rica, pero frágil y débil para el futuro. Y no se equivocó. Veintisiete años han pasado y las pruebas están a la vista. La cuasi quiebra del mercado del petróleo le cobró la factura al Estado venezolano, incapaz de haber desarrollado una política que le diera un plan B de respiro al país y, por supuesto, a sus habitantes.