De vuelta al pasado, pero con tecnología
La democracia es el sistema de gobierno más común para las sociedades de los últimos tiempos. Su raíz, en la antigua Grecia, se fundamenta en la delegación del poder popular, a través del voto, a una persona que ejerce el control del gobierno. En los diccionarios se define como un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. Y aunque para algunos se trata de un sistema en plena crisis, para otros se trata de un proceso natural de desgaste que da lugar a modalidades que pretenden la perfección de un modelo de gobierno social.
En sus orígenes, Platón le llamaba el gobierno de la multitud, aunque tiempo más tarde Aristóteles le bautizó como el gobierno de los más. En la actualidad, la democracia más común es la representativa, aquella cuyo modelo político facilita a los ciudadanos la capacidad de asociarse u organizarse para ejercer una influencia directa en las decisiones públicas o cuando se facilita a los ciudadanos mecanismos plebiscitarios consultivos.
Democracia y República no son sinónimos, aunque algunos quieran hacerlos ver como tales. Sus principios son diferentes, por cuanto la democracia está basada en el poder del pueblo, mientras la república basa el poder en la ley y de allí que en Guatemala se hable tanto del Estado de Derecho, o sea de las acciones populares basadas en el estricto cumplimiento de la ley, pues aquí se practica un modelo republicano.
La decadencia de la democracia representativa o indirecta está llevando a algunos grupos a pensar en la posibilidad de retomar las líneas de la democracia directa de la antigua Grecia, la ateniense, donde las decisiones eran tomadas directamente por el pueblo, cada una de las decisiones del parlamento, donde están sus representantes votados, pero con la oportunidad de delegar su voto cuando no se quiere participar o no se cree contar con la capacidad de tomar una decisión con conocimiento de causa. Una ventaja de la democracia líquida está en que, así como facilita la delegación del voto, también facilita la revocatoria del mandato y la remoción de los representantes electos.
En Uruguay ha surgido, por ejemplo, el Partido Digital, cuyo líder Justin Graside, asegura que se trata de un partido que busca mejorar la democracia al aumentar la participación y la transparencia, apoyándose en la tecnología. Básicamente se trata de un sistema basado en plataformas digitales que pretenden facilitar la recolección de opiniones de sus afiliados, para que sus representantes legislativos las pongan en la mesa de discusiones del Congreso. Diríamos que se trata de una nueva forma de practicar la democracia directa de los atenienses, pero con la ayuda de la tecnología moderna. Y en Guatemala ya hay jóvenes atraídos por estos sistemas. Y se pluraliza por que en Argentina hay un esfuerzo similar, bajo la sombrilla del nombre de Partido Digital.
Karen Cancinos, una joven estudiosa del marketing digital, no puede esconder su entusiasmo en torno a estos sistemas. Ella habla de Justin Graside, el líder uruguayo, como cuando alguien se refiere a un gurú y, en definitiva, es sorprendente notar cómo es atraída por la forma en que funciona el Partido Digital dirigido por Graside.
Cancinos explica que, este tipo de plataformas se experimentan actualmente en organismos legislativos a través de la creación de sistemas digitales en los que se ponen en discusión iniciativas de ley que luego de ser discutidas en estos sitios, serán planteadas ante el pleno de un Congreso, con la aprobación de los seguidores de este partido y ya no con la única potestad de los diputados electos por esa agrupación, como sucede en la actualidad en la mayoría de los países democráticos.
María Inés Castillo es otra joven que en Guatemala cree que debe comenzar a desarrollarse esta práctica de debate, no solo con mayores niveles de participación para las decisiones legislativas sino valiéndose del desarrollo tecnológico para lograrlo.
Ambas entrevistadas coinciden en que, las democracias serían mucho más transparentes si se abandona el sistema actual de delegación total de la voluntad ciudadana en representantes legisladores a quienes votamos y no vuelven a escucharnos, y pasamos a estos sistemas de discusión más participativa, previo a las discusiones parlamentarias. “Estaríamos mucho más satisfechos con lo que hacen nuestros representantes, que lo que nos dejan en la actualidad a quienes votamos y deciden por nosotros sin tomarnos en cuenta”, dicen.
Lo cierto es que la práctica ya está. Uruguay y Argentina comienzan a darnos el ejemplo. Será de ir presionando en cada país, para que los partidos políticos se vayan abriendo más a la voluntad de sus correligionarios y den espacios de discusión mas allá del simple sistema de votación como una forma de practicar la democracia participativa, pasando a la democracia directa y original.
Carlos Morales Monzón
Periodista y profesor universitario
Revista GERENCIA
cmoralesmonzon@yahoo.com