Prepararse para la reapertura económica

Desde que la pandemia del Covid-19 tomara dimensiones catastróficas en el mundo, se ha venido produciendo un debate entre la protección de la vida y la economía

Tengo la impresión, y así lo he dicho en varias ocasiones, que el mensaje inicial ha sido incorrecto. Nos han convencido o impuesto -según cada quién- que hay que encerrarse y hacer cuarentena o “cincuentena”, porque esto ya se dilata, en lugar de hacernos entender, y este debería haber sido el mensaje correcto, que hay que guardar distancia para evitar el contagio, aun sin estar permanentemente recluido. Es decir, no se trata de cerrar todo y guardarnos en casa, sino de hacer cualquier actividad conservando la necesaria distancia social, lo que puede implicar restricciones, pero no anulaciones.

Con ese “error conceptual”, los gobiernos dispusieron cerrar centros comerciales, tiendas, negocios, instituciones públicas, transporte y un largo etcétera de lugares que han paralizado la economía y el desarrollo. Ahora, pasada esa primera euforia de lo urgente, comenzamos a preocuparnos por lo importante: qué haremos para continuar la vida y, sobre todo, cuánto nos va a costar haber interpretado la situación de forma alarmista, desequilibrada y con el mensaje equivocado. Es por eso que muchos gobiernos comienzan a abrir la economía por fases y seguramente el programa se dilatará unos meses, según el país y el impacto de la pandemia en el mismo.

Lo primero que hay que asumir es que la reapertura económica no se dará a partir de un día, de un momento decretado por ley. De entrada, porque no todos los negocios abrirán sus puertas, al mismo tiempo puesto que la dirección de estos decidirá qué hacer. Lo segundo porque, aunque sean abiertos, no se llenarán de personas que desconfiarán seguramente de muchas cosas por un tiempo y, evidentemente, de entrar a ciertos lugares, especialmente los más concurridos: cines, discotecas, restaurantes, conciertos, eventos deportivos, etc. Lo tercero, aunque puede haber más cosas, porque muchos negocios estarán quebrados y, sencillamente, no podrán abrir.

Dicho lo anterior, que no deja de ser un eje transversal del problema, las actividades productivas nacionales se pueden dividir, al menos, en dos grandes grupos: los dedicados al sector turismo, y el resto. Los primeros han sido duramente castigados por la crisis y requerirán necesariamente de una ingeniería financiera, además de muchos apoyos, para poder comenzar a operar con un mínimo grado de normalidad.

A ello hay que agregarle lo antes dicho respecto de que muchas personas no confiarán en el ambiente, y que no contarán con recursos para gastar en temas lúdicos. Para el sector turismo, la pandemia ha sido una suerte de tifón destructor. El resto de los negocios contará con un similar grado de desconfianza. Posiblemente las tiendas de ropa deberán ver qué hacen con los probadores y las pruebas; restaurantes que deberán reducir su capacidad a un tercio o al 50% para crear el distanciamiento social necesario; spas, salones de belleza o peluquerías, cuyas instalaciones son compartidas por muchos clientes tendrán que poner mamparas separadoras; malls en los que se cruzan las personas por los pasillos deberán reducir su aforo, y un largo etcétera difícilmente descriptible.

Además, hay un factor externo que hay que tener en cuenta. En el caso guatemalteco, las importaciones y exportaciones están muy ligadas tanto a Centroamérica como a Estados Unidos. Por tanto, existe una relación de interdependencia que nos amarra a lo que pueda ocurrir en esas zonas. Además, el caso nacional, es mucho más grave y está impactado por otro factor más: las remesas. No solo hay que contextualizar la apertura económica respecto del intercambio comercial citado, sino que también hay que analizar el nivel de desempleo que se generará -que ya está ocurriendo- en Estados Unidos y cómo ello impactará en la reducción de las remesas que llegan al país. Hay que considerar que son el primer rubro del PIB nacional y representa -o lo han hecho hasta el momento- aproximadamente el presupuesto de egresos de la nación.

Sin ánimo de ser pesimista -pero si un realista prudente- la reactivación economía será un importante reto político, social y empresarial. Abrir los negocios es el primer paso, pero no el único y, quizá, ni siquiera el de mayor trascendencia. La vulnerabilidad de muchas empresas al cierre prolongado, la reconversión de formas y modo de consumo -especialmente los servicios a domicilio y el trabajo parcial y/o en casa- y otras cuestiones no menores, harán que simultáneamente a la reapertura, muchas empresas deban acometer profundas reformas en la manera de prestar sus servicios.

Las crisis son oportunidades, eso es cierto, pero también una forma de crecimiento exponencial de las necesidades, y eso será un reto empresarial en formas, costos y procedimientos. Todo ello nos obliga, en lugar de desmoralizarnos, a comprender la situación y lanzarnos a cambios que preveíamos llegarían en varios años o décadas, porque la pandemia ha traído el futuro al presente, a una velocidad no esperada.

¡Ánimo, fuerza, inteligencia y adaptación! Flexibilidad puede ser la palabra que condense el espíritu con el que hay que afrontar los próximos meses.

Pedro Trujillo
Consejero Editorial
Revista GERENCIA
www.miradorprensa.blogspot.com

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