Lo que se conoce como sociedad occidental ha sido construida a lo largo de la historia con el ensalzamiento de la razón y de personajes como Aristóteles, Platón, Tomás de Aquino, Emmanuel Kant, René Descartes, Max Hegel o Theodor Adorno, por mencionar algunos.
Curiosamente todos son hombres, razonamiento que vincula a la razón con lo masculino. Pensadoras como Hiparquia de Maronea, Olympe de Gouges, María Zambrano, Mary Warnock, Celia Amorós o Simone de Beauvoir son prácticamente desconocidas, con lo que se construyó en el imaginario que la razón es un asunto de hombres y la emoción un asunto de mujeres. Además, con la prohibición social de que los hombres sean asociados con las emociones y con lo que se considera femenino, y las mujeres con la razón o lo que se considera masculino.
Una de las consecuencias de esta clasificación es que el conocimiento, la economía, el mundo empresarial, la política, el derecho, la educación e incluso las relaciones humanas han priorizado la razón por sobre la emoción y la intuición.
La aparición de las fábricas con horarios, metas de producción, estratificación de puestos, salarios, reglamentos y la institucionalización de la educación con horarios, ciclos, grados, currícula, normativas, promociones y conocimiento terminaron de priorizar lo medible, lo cuantificable, la razón, el lenguaje hablado, lo numérico. Tanto los ambientes laborales como los educativos han priorizado lo homogéneo y medible frente a lo intuitivo, la imaginación, el sentido artístico, lo musical y la percepción tridimensional.
Lucas Casanova, autor y profesor de Hatha Yoga y psicología budista y transpersonal.
Durante muchos años, la salud emocional no se consideraba importante. Lo único valioso era mantener la producción. El clásico del cine Tiempos Modernos, de Charles Chaplin, refleja esta preocupación. Las necesidades básicas de los seres humanos como la alimentación son asumidas en el filme por máquinas con tal que la producción no se detenga y el menor error humano es inaceptable en la cadena repetitiva. ¿Es posible cambiar esta forma de concebir el mundo desde una sola persona?, se pregunta Lucas Casanova, autor y profesor de Hatha Yoga y psicología budista y transpersonal, y se responde “lo que pongo ahí afuera es lo que volverá a mí.
Entonces elijo ser yo quien lleve el rumbo y que a través de lo que venga en ese sentir colectivo (miedo, dolor, egoísmo, etcétera) yo pueda derramar amor”.
La salud emocional trata de ganar campo en el ámbito académico y en el empresarial, en donde es considerada novedosa. Aparentemente, está tomando tanta importancia que, entre los criterios para ser considerada en el ranking de los Great place to work se toma en cuenta la confianza que los trabajadores posean en sus líderes, que se sientan orgullosos de la empresa para la que trabajan y que disfruten de su empleo, que haya comunicación horizontal y no burocratizada, que las personas disfruten del lugar de trabajo y de lo que hacen y que sean lugares equitativos en cuanto al género y a la inclusión social, todos ellos relacionados con la salud emocional.
Atrás deberían quedar los años y las experiencias en las cuales los patronos exigían agradecimiento de los empleados por tener un empleo o se tenía una comunicación vertical o se valoraba el que los trabajadores llevaran trabajo a casa.
Ernesto Erdmenger, especialista en musicoterapia y en terapia Gestalt afirma que la salud emocional debe considerarse como un sinónimo de inteligencia emocional, la que se relaciona con “la capacidad que posee el ser humano para mantener una relación con sus emociones y sentimientos; es decir, un manejo adecuado de sus sentimientos ante las diferentes adversidades de la vida”, una tarea para la que la escuela no ha preparado ni ha sido reconocida en las empresas y, por lo tanto, no todas las personas gozan de esta salud.
Ernesto Erdmenger, experto en musicoterapia y terapia Gestalt
Erdmenger añade que, la salud emocional “se manifiesta en aquellas personas que reconocen, aceptan, sienten y expresan sus emociones”. Casanova indica que salud emocional es “poder gestionar lo que sentimos sin identificarnos con lo que estamos viviendo. Reconocer que esto tiene posibilidad de cambio y estar en contacto con esas emociones. No estar completamente desconectado o ajeno a lo que nos pasa”. Además, señala que este cambio debe sostenerse y que se debe volver continuamente a lo que se quiere cambiar todas las veces que sea necesario.
Como no todas las empresas son Great place to work, pareciera que compaginar el trabajo con la salud emocional fuera una tarea inalcanzable. Erdmenger afirma que, para que el ser humano experimente y sienta, debe estar implicado con algo, con alguien o en alguna situación y, sobre todo, consigo mismo, y que por eso es necesario que la persona se sienta implicada personalmente en el trabajo que realiza, de lo contrario la salud emocional se ve alterada y perdida. Una situación que no es ajena, ya que en muchos casos los lugares de trabajo favorecen la pérdida de la salud emocional. Casanova opina que, el trabajo y la salud emocional deberían estar íntimamente coordinados porque lo que la persona hace en su lugar de trabajo es una faceta de su ser persona. No es que el trabajador sea una persona y afuera de su lugar de trabajo sea otra, sino que ambas realidades debieran estar completamente integradas.
Es importante mencionar también que comúnmente se ha acuñado un concepto de salud física como sinónimo de falta de enfermedad o de afecciones y no como un concepto integral en donde hay “un estado de completo bienestar físico, mental y social “, como señala la OMS.
Casanova afirma que, “vivimos inmersos en un mundo donde consideramos que la salud es un bien físico y que proviene de la medicina alopática, de consumir determinado tipo de pastillas o preparados o de alimentarse de determinada manera. Lo más importante para él es que, “detrás hay una mente y un ser que elige, que tiene potestad para decidir qué quiere hacer de su vida”. Erdmenger afirma que la persona debe estar consciente que la recuperación de la salud emocional “es un proceso y no un resultado” que pasa porque la persona tenga la voluntad de recuperarla y que en ciertos casos necesitará también del acompañamiento de un profesional de la psicología.
Para Casanova, por el contrario, la salud como concepto es un constante cambio y, por lo tanto, no existe el ganar o perder la salud sino que son conceptos que evolucionan de forma frecuente. Es más bien “un estado de equilibrio que se rompe y que se recupera, ya que el cuerpo y la mente tienen una capacidad innata de sanar y si nosotros no lo evitamos, en general el cuerpo y la mente, sanan”.
La gran cuestión de fondo es si las empresas se atreverán a apostar por la flexibilidad y el cambio, por la intuición y por lo femenino, por la prevención y por el facilitar procesos creativos que favorezcan un desarrollo mental y emocional frente a lo que se ha hecho siempre y que responde a una lógica de salud compartimentalizada y poco preventiva. Uno de los mayores retos es comprender que las emociones influencian la salud física en forma directa y que al cuidar lo que se piensa se puede tener una mejor salud y también ser personas más felices y de paso, personas más productivas.
La falta de un entorno agradable y que favorezca la salud emocional tiene como consecuencia el estrés. La Organización Internacional del Trabajo (OIT), ha tomado nota de este problema global y ha elaborado herramientas que ayudan a identificar estresores en la vida laboral y que pretenden mitigar sus efectos nocivos.
Casanova es enfático al señalar que, el mundo del trabajo les debe a sus trabajadores el respeto como personas e invita a valorar el aporte que estas hacen a las empresas desde su experiencia, desde el conocimiento o desde su deseo de aprender.
Roberto M. Samayoa O.
Periodista Revista GERENCIA
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