Diálogos para cambiar

Luis Ramiro Beltrán es un comunicador autor del texto “Adiós a Aristóteles”, en el que aborda la necesidad que existe de desarrollar una forma de comunicación más horizontal y en la que se dé un intercambio no solo de palabras sino también de pensamientos, sentimientos y acciones.

El título hace referencia a la necesidad de abandonar una comunicación vertical y autoritaria en la cual el tradicional emisor es quien se cree poseedor de la verdad y quien concentra el ejercicio de la palabra. Decirle adiós a Aristóteles y alejarse del modelo vertical de emisor versus receptor implica modificar la estructura sobre la que descansa el modelo de comunicación que se ha repetido como válido pero que ya no refleja la realidad ni el ideal teórico.

Sin embargo, el modelo vertical está enraizado fuertemente en la forma como se ha concebido la comunicación interpersonal y en los ámbitos educativos y empresariales. A pesar de que las ideas de Ramiro Beltrán, fundamentadas en la propuesta de Paulo Freire, son de 1979, encuentran todavía mucha resistencia.

Habrá que empezar por lo elemental, recordando que el término diálogo proviene del griego, y que etimológicamente significa “a través de la palabra”. Y que, según las academias españolas de la lengua, consiste en una plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas y afectos”. Una “discusión o trato en busca de avenencia”.

Bernardo Roehrs, experto en diálogo sostenible y director ejecutivo de Agroamérica, señala que en la mente de las personas se tiene un concepto de diálogo que responde más bien a tratar de solucionar un problema en un momento álgido: una negociación con un sindicato, un bloqueo de calles o una liberación de rehenes, dice. Sin embargo, para Roehrs esto no es diálogo, porque en ese momento “hay una presión espantosa”, en la que se intenta usar el diálogo como última instancia y no como la primera.

El diálogo preventivo no debe ser movido por el conflicto, sino que “debe propiciar a todas las partes, la oportunidad de conocerse, entenderse y trabajar en las desavenencias, antes de que se dé una situación de conflictividad”, añade. Cuando se busca un tercer actor para mediar un diálogo, no se debe ver como una situación crítica sino que ambas partes han identificado que hay un elemento que no les permite avanzar. La toma de conciencia de esta situación, dice Roehrs, es un primer acuerdo. Beltrán señala que, el diálogo es un proceso por medio del cual los “seres humanos comparten voluntariamente sus experiencias bajo condiciones de acceso libre e igualitario, diálogo y participación”. Tanto Roehrs como el texto de Beltrán coinciden en que todas las personas tienen el derecho a comunicarse con el fin de satisfacer sus necesidades.

José Luis López, autor del libro “Diálogos que transforman”, comenta que si se desea que el diálogo sea transformador, se debe generar una situación en la que dos o más personas puedan “escucharse con paciencia, tolerancia, humildad y mente positiva”, aunque también llama la atención sobre la realidad de que el diálogo no nace espontáneamente sino que parte de una intención. Además, señala que es importante que cuando la demanda de escuchar o ser escuchado se hace notoria y no se satisface, “se acumulan malentendidos, se agrandan las incomprensiones o se distorsionan las percepciones”.

Juan Antonio Aragón de hecho está cansado de no ser escuchado. Es vecino de Nueva Concepción, Escuintla, han denunciado desde 1995 el robo del río Madre Vieja. Durante 20 años fueron citados a múltiples mesas de diálogo con diversos actores para llegar a acuerdos o para encontrar soluciones.

Para Aragón, sus demandas son claras: los ríos no pueden dejarse secos porque el agua es un bien común, y apela al artículo 121 de la Constitución Política de la República. Aragón advierte que las comunidades se cansaron de que durante años, unos 22 kilómetros

De la cuenca del río quedara sin agua debido a la sobreexplotación del recurso por la agroindustria de la zona, lo que llevó a “que se matara el ecosistema del río”. Esas son las razones por las que en 2016, después de 21 años, la comunidad decidió liberar al río y permitir que llegara al mar.

Roehrs explica que un elemento fundamental en el diálogo es comprender que quienes lo hacen son personas, no entes ni “temas” abstractos. Eso coloca a los interlocutores en “una actitud y disposición diferente en cuanto a la capacidad y la intención de entender los puntos de vista de los interlocutores”. Insiste en comprender el tema, “quedarse callado para que el otro se exprese”, pero también considera necesario conocer el tema, el entorno, los antecedentes, las circunstancias, las externalidades positivas y negativas y dónde está la problemática.

Aragón también manifiesta su asombro sobre cómo las industrias con las que han dialogado nunca han comprendido el impacto negativo de sus acciones sobre la vida de las personas de las comunidades. Para Roehrs es imperativo que si se da un diálogo y un proceso abierto y la comunidad decide que no le conviene X o Y proyecto, se debe respetar su decisión, pero “todas las partes deben entender bien de qué se está hablando”.

Un elemento fundamental para el dialogo sostenible es la horizontalidad de las contrapartes, lo que choca con un elemento cultural de la sociedad guatemalteca: la subordinación. Roehrs expone que históricamente el ejercicio del poder ha sometido la voluntad de las personas, quienes han aprendido a obedecer sin cuestionar. Esta dinámica de ejercer poder y obedecer favorece el mantenimiento del status quo y no permite construir ejercicios de diálogo que conecten, tal como señala López.

El experto peruano también dice que no se debe comprender el diálogo que se transforma como un recetario, sino en todo caso como una “guía para manejar aquellas expresiones de impaciencia, débil  tolerancia, vanidado pesimismo que todos poseemos y mostramos en diferentes dosis y circunstancias”.

El diálogo sostenible se ha puesto en marcha con algunas empresas en Guatemala, dice Roehrs, pero prefiere no revelar los nombres. Entre las herramientas de esta metodología se encuentran los diez principios de los aliados por el desarrollo sostenible:

  1. Construir relaciones basadas en confianza para la búsqueda del bien común.
  2. Todos somos personas dignas y merecemos respeto.
  3. La virtud de la humildad como base para escuchar y comprender con empatía las opiniones de los demás.
  4. Tolerancia a las opiniones distintas y humildad en reconocer que no existe verdad absoluta.
  5. Participación libre, voluntaria y constante.
  6. Escucha atenta, generosa y paciente.
  7. Transparencia en la comunicación de ideas.
  8. Ser breves, precisos y claros.
  9. Estar atentos al cambio y a la posibilidad de estar equivocados.
  10. Confidencialidad y discreción en el uso de las opiniones ajenas.

Para López el diálogo es un hábitat, el ser humano vive en el lenguaje y es el diálogo el que sostiene al ser humano. Por otro lado, “el diálogo que transforma no es una opción sino un imperativo del cual no se cuenta con escapatoria”.

Roberto M. Samayoa O.

Periodista

Revista GERENCIA

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