Jugadores tan humanos como los aficionados
Los uniformes no son un blindaje contra las emociones humanas
Los futbolistas son seres humanos, aunque el mercadeo, la gloria mediática, la fama y la fortuna les alimentan el ego y los presentan como seres ubicados más allá de las emociones y del escrutinio público. A nivel global y local hay una lista de anécdotas violentas protagonizadas por futbolistas: patadas, golpes, peleas campales, escupitajos, cabezazos, mordidas de oreja o jaleo de testículos son algunas de las joyas de la corona de este deporte. La violencia se puede analizar desde el ámbito del comportamiento individual y el de la violencia como epidemia social.
Hernán Medford, director técnico del club Municipal, recuerda que no es fácil para un jugador estar en la cancha con la presión de la afición encima, “recibiendo insultos de los aficionados contrarios y a veces de los propios, golpes y sabiendo que los ojos de todos están puestos en él, sabiendo que se debe responder al equipo, a la familia y a sí mismo y encima de todo tener que concentrarse en hacer un buen partido”.
“Cuando se ven comportamientos violentos en cualquier ámbito se piensa que hay jugadores con personalidades difíciles, aunque no es una forma adecuada de análisis”, indica el terapeuta Juan Carlos Zetina, para quien el estudio de estos comportamientos debe ir un poco más a profundidad.
Medford añade que no es su ciente comportarse profesionalmente. “A veces no te alcanza solo con lo profesional, sino que también tienes que ser buena persona, son dos realidades que van de la mano”. Medford indica que, él debe conocer la forma en que cada jugador reacciona, “quién está acostumbrado a que se le hable fuerte, a quién se le debe motivar más, quién no lo necesita o a quién se le debe hablar aparte o en grupo.
El director rojo hace referencia a lo que se conoce como Inteligencia Emocional (IE), impulsada por Daniel Goleman. Esta propuesta explica que, las decisiones que se toman a diario no son racionales sino, en mayor porcentaje, emocionales.
Para Goleman, la IE debe incluir el que cada persona tome conciencia de sus propias emociones y de cómo el estado anímico influye en el comportamiento; que debe haber un autocontrol emocional o estar consciente de cuáles son las dinámicas emocionales por las que se pasa; la automotivación, enfocándo- se en la meta más que en el obstáculo, la empatía o aprender a interpretar las señales que emiten las otras personas, lo que permite establecer vínculos más estrechos y duraderos.
Para Zetina las reacciones que se tienen ante determinadas provocaciones y estimulaciones hay que entenderlas desde la forma como la persona construye su identidad en la niñez. Los bebés son espontáneos, libres, naturales y ante los estímulos o problemas externos reaccionan de acuerdo con eso: si hay frío o hambre, lloran para que se satisfaga su necesidad, pero mientras llega la atención de la necesidad a través de la madre o el padre, hay una sensación de muerte porque el bebé no interpreta qué sucede.
Durante la niñez, la criatura más o menos tiene quien la atienda. Cuando empieza el proceso de socialización va disminuyendo la atención y simultáneamente ese niño que come, juega, duerme, defeca, empieza a hacerlo, pero cada vez con más reglas y horarios y la libertad se va contrayendo y esto es parte del desarrollo del ser humano.
Sin embargo, añade Zetina, “esa sensación de que me quitan la libertad es horrible” y el niño debe empezar a hacer lo que dice mamá o papá, de lo contrario habrá desprecio y la sensación de vacío.
Por lo que, antes de caer en ese vacío mejor se adapta y esta adaptación puede darse de dos maneras: rebelde, en donde el niño corre, juega, bota o tira cosas y entonces mamá o papá enojado le pegan y le prestan atención. Y el niño prefiere eso a caer en el vacío, por eso se conecta con el niño rebelde.
La otra forma de reaccionar es la del niño sumiso, en donde la persona calla, acepta reglas, aprende que es mejor estar callado con tal de que la persona que lo atienda vuelva a darle amor y atención, y no caer en el vacío.
La competencia es uno de los mandatos sociales de género más fuertes para los hombres, y los deportes individuales o en equipo alimentan esa concepción. Si los deportes solamente se concibieran como un juego no habría problemas de violencia al intentar ser el primero.
La industria del deporte y del fútbol alimentan la idea no del entretenimiento sino de ganar: más dinero, solo un primer lugar, una copa, un balón de oro, una medalla de oro, un jugador del año y un portero, por lo que cuando un jugador, al calor del partido, en medio de la cancha recibe una agresión se le activa el ego y las ideas de tener que cumplir con las expectativas, de tener que ganar a cómo sea, de ser perfecto, ser el número uno y dependiendo de si en su historia personal hay antecedentes de violencia, de lastimaduras o de mimos, por lo que se dan reacciones de aturdimiento, enfermizas e imprudentes: golpes, gritos, escupitajos o insultos.
Sin embargo, complementa Zetina, detrás de esa reacción del rebelde lo que hay es miedo “a no ser el mejor, a no ser tomado en cuenta, a ser desplazado, a fracasar o al qué dirán”. Inmediatamente el rebelde “va para afuera con lo que pueda, fijándose más bien en quién se las paga más que en quién se las debe”, sobre todo si hay una historia previa de desplazamiento y de sobrevivencia. Zetina complementa recordando que se evalúa a los jugadores de fútbol a veces por un solo comportamiento y no por toda la trayectoria con lo que se cae en la idealización de la persona y el puritanismo, algo que refrenda Medford al indicar que se debe recordar que los jugadores son solamente seres humanos.
La competencia es uno de los mandatos sociales de género más fuertes para los hombres, y los deportes individuales o en equipo alimentan esa concepción.
La violencia en el deporte ha llegado a casos extremos deleznables y no solo se da en las canchas sino también en los graderíos, en los vestidores, tal es el caso de los jugadores y miembros del equipo del Deportivo Xelajú Mario Camposeco, quienes en 2013 fueron acusados de agredir y abusar de un menor de edad miembro de las ligas juveniles, dentro de los vestidores del estadio quetzalteco; y también en las calles, tal es el caso de Kevin Díaz quien fue asesinado en abril de 2014 por una turba de seguidores del club Municipal. Hernán Medford, director técnico del club en mención, enfatiza que, el fanatismo es uno de los enemigos de este deporte a quien hay que “ignorar, ya que el fanático cree que su equipo debe ganar siempre y para ellos el rival no cuenta”.
Quienes trabajan con prevención de violencia apuntan que el hecho de que los hombres reaccionen con violencia es un comportamiento aprendido con el acicate de ser bien visto socialmente.
Entre los roles tradicionales de género se prioriza y valora el comportamiento violento de los hombres: gritar, abusar, agredir y tratar como objeto a niñas, niños, adolescentes y a las mujeres. La recompensa que se obtiene a cambio es el reconocimiento social de ser considerado un hombre completo. El hombre que no reacciona de forma violenta es considerado menos hombre.
Medford reconoce que es difícil no responder violentamente ante una provocación, aunque indica que son momentos que se van rápido para luego pasar a la reflexión y reconocer que hubo una equivocación y comprometerse a controlarse, y esto pasa con todos los jugadores, afirma el exseleccionado de Costa Rica, si no “la mayoría de los jugadores pasarían expulsados la mayor parte del tiempo”.
Zetina comenta que las provocaciones son como volver a tocar una herida que no ha sido sanada, por lo que recomienda la terapia como medio para sanar.
Recomienda además que, los jugadores y todas las personas que se involucran en un deporte deben, desde la parte adulta de la personalidad, comprender que hay reglas que marcan lo que se puede y lo que no se puede hacer. Añade que es necesario educar en la realidad humana de que no siempre se gana y no siempre se obtiene lo que se quiere, lo que disminuye la posibilidad de frustración.
Roberto M. Samayoa O.
Colaborador Revista GERENCIA
editorialgerencia@agg.com.gt