Hugo Rafael Chávez Frías, presidente de la República
Bolivariana desde el 2 de febrero de 1999
hasta su fallecimiento, el 5 de marzo de 2013.
El confuso, pero real, fallecimiento del expresidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha generado toda una suerte de polémicas y escenarios. Desde el cuestionamiento sobre el verdadero lugar y fecha de su muerte, hasta la disputa por el poder, los golpes de estado continuados promovidos y sostenidos por la élite política y jurídica (también la militar) de aquel país aceptados sin rechistar por la comunidad internacional y las elecciones que se aproximan, donde pretenden aprovechar la estela de un perfecto montaje de publicidad ofi cial maquiavélica, son la serie de esperpentos que, seguramente con el tiempo, irán aclarándose y dejando las cosas en su lugar y en su justa dimensión.
En poco tiempo el futuro de Venezuela será otro, al igual que el de otros países satélites que orbitaban en torno a las millonarias ayudas que recibían. De momento, una pugna cerrada (pero cruenta) a lo interno del partido oficial entre varios de los dirigentes. De ella saldrá, sin duda, un pacto inicial para enfrentar el proceso electoral y el futuro inmediato.
Se necesitan los unos a los otros, de lo contrario, quien venga podría descubrir el falso y manipulado andamiaje político-jurídico-económico del chavismo, y se podría generar una persecución sin cuartel a los implicados. Es por ello que, ese pacto entre élites es necesario y conveniente, y así parece haber sido entendido.
Siete candidatos,
entre ellos Nicolás Maduro
del partido ofi cial, disputarán
la presidencia de Venezuela,
en las próximas elecciones
del 14 de abril de 2013
El mejor ejemplo es la candidatura oficial para las próximas elecciones, y cómo se “han limado” (artificialmente) asperezas en orden a presentar un consenso ficticio que permita, a toda costa, la continuidad en el poder, pero de todos.
Posiblemente lo más difícil de soportar, en este período, sea el cumplimiento de los compromisos económicos con ciertos países y sectores de la izquierda latinoamericana. Las ayudas millonarias enviadas al gobierno castrista; los montos recibidos en diversos proyectos y en ayuda directa a Nicaragua o al FMLN salvadoreño, así como a los tradicionales socios caribeños y a los gobiernos de Argentina, Ecuador y Bolivia, entre otros, prontamente comenzarán a congelarse y a desaparecer.
Es también muy probable que el papel que Venezuela desempeñaba en política exterior, producto del carácter y la forma de ser de Hugo Chávez, pierda fuerza y sus socios más directos: Irán y la Federación Rusa, no vean en el nuevo “liderazgo” un socio mediático tan atractivo y útil como lo era Chávez.
En definitiva, el chavismo sin Chávez, al igual que otros regímenes sin su promotor, no cuenta con un futuro más allá de un artifi cial estiramiento para configurar espacios políticos que permitan una salida airosa (o al menos no traumática) para aquellos que ejercieron labores de responsabilidad y pueden ser acusados de muchos delitos (reales o por venganza).
El socialismo del siglo XXI utiliz— como elemento de Ò pruebaÓ que,
efectivamente, era posible una izquierda exitosa bajo el modelo chavista.
La izquierda radical latinoamericana también ha perdido un punto de referencia extraordinario. Al igual que ocurrió con la antigua Unión Soviética (URSS) -como referente del mundo socialista-comunista- el socialismo del siglo XXI basó sus esperanzas y utilizó como elemento de “prueba” que, efectivamente, era posible una izquierda exitosa, bajo el modelo chavista.
Sin embargo, la desaparición de Chávez, no solamente desnudará el entresijo de mecanismos que hacían “exitoso” ese modelo (tal cual pasó con la URSS), sino que además dejará huérfanos a quienes sostenían a un “líder” capaz de hacer frente a los “imperios” tradicionales y promovía la falacia socialista del “reparto igual del mundo para todos”.
Quizás este punto pueda ser uno de los más destacados del chavismo sin Chávez, por la dificultad que la historia demuestra del surgimiento de un liderazgo (aunque sea artificialmente generado) que aglutine esos intereses y proyectos políticos que no terminan de reconocerse fracasados, a pesar de los hechos históricos que lo demuestran.
Irán y su política de sustento del terrorismo global; Rusia y su visión de “potencia alternativa” y los populismos latinos, quedan sin referentes. Es de esperar una especie de recomposición de la geopolítica latinoamericana, pero también mundial, pues to que el asociacionismo entre Venezuela y aquellos dos países conformaban una interesante alianza de dimensión internacional que generaba vectores geoestratégicos con incidencia en Estados Unidos, y también en la Unión Europea y en el mundo árabe.
A partir de ahora, deberán reconfigurase esos escenarios y será difícil encontrar otros actores que, desde América, generen la capacidad de configurar alianzas que hagan pensar en realidades concretas.
A pesar de lo anterior, el peor escenario es el interno del país. Una Venezuela desacreditada por los indicadores internacionales sociales y económicos, que necesitará, presumiblemente, más de una década para recomponer la economía, la credibilidad internacional y, sobre todo, el enfrentamiento social.
El país queda profundamente dividido y las instituciones cooptadas por el oficialismo. Seguramente vendrán venganzas, recomposiciones de cúpulas judiciales y militares y situaciones de violencia y descontento por parte de quienes se acostumbraron al servilismo político y ahora no desean respirar los nuevos aires de la ya olvidada democracia.
También hay que señalar a empresarios inescrupulosos que se avinieron a los deseos del régimen al ignorar el Estado de Derecho y el libre mercado, al hacer negocios bajo la sombra del mercantilismo, y que ahora ya no serán competitivos o deberán desprenderse de sus ventajas, algo en lo que conviene meditar al momento de contribuir o amoldarse a los deseos de regímenes que no están del lado de la legalidad.
En todo caso, el futuro es de los ciudadanos de ese país que deben de tomar el destino en sus manos. El resto -aquellos que no vivimos allá- podemos aprender de lo que nunca debemos dejar que pase y, si hacemos caso al pensador, jurista, político e historiador francés Alexis de Tocqueville, ser ciudadanos activos o, en un lenguaje más moderno y clarificador, ciudadanos a tiempo completo. A fin de cuentas, ese es el objetivo de la República.
Pedro Trujillo
Analista Político
Revista GERENCIA
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