La particular política exterior nacional

Las buenas relaciones con Estados Unidos son una tradición y una necesidad

La planificación y gestión de la política exterior del actual gobierno es una de las peores de la era democrática nacional. No se supo ni quiso hacer, y el gobierno se doblegó a intereses norteamericanos y en menor medida
israelíes sin que los resultados hayan repercutido positivamente en el país. Con los primeros -EE. UU.- se creyó
que hincarse traería ventajas como el acercamiento, la amistad y otras cuestiones anexas. No entendieron los
actuales funcionarios que en política no hay amigos sino intereses y que las sonrisas de hace dos años no eran
más que el maquillaje de una agresiva política exterior del norte para lograr sus objetivos, ahora además preelectorales. Con Israel sucedió algo similar y aquellos variados costos consecuencia del traslado de la embajada a Jerusalén los seguimos pagando sin que haya habido una sola ventaja adicional ¿Caben peores negociaciones?

A todo lo anterior, hay que sumarle que la mitad de la planilla de funcionarios diplomáticos en las embajadas y
consulados son amigos, hijos o parientes de personajes oscuros de la vida política y pública y, consecuentemente,
pagamos una red de inútiles e incapaces puestos a dedo en las delegaciones nacionales en el extranjero ¡Para qué sacar más conclusiones!

Ese es el punto de partida del nuevo gobierno, aunque puede empeorar en los meses que quedan del actual. Recomponer las relaciones exteriores sobre la base de la confianza -no hay otra forma de hacerlo- pasa por hacerle olvidar al mundo el desplante al presidente Trump en la primera cita para la firma del Acuerdo de tercer país seguro luego él lo hizo a su manera- o la anulación de la compra de los aviones Pampa a Argentina. El descrédito es un altísimo precio que se paga cuando se es errático en la toma de decisiones y, en el ámbito internacional, la desconfianza el mayor castigo contra un país. Aquí tuvimos el premio mayor de esa lotería.

Tener buenas -e inteligentes- relaciones con Estados Unidos no solo es una tradición sino también una necesidad. El
actual presidente norteamericano y sus particularidades excentricidades, obligan a pensar cuidadosamente la forma de relación en todos los campos, además de incorporar a la ecuación el momento preelectoral norteamericano. Un Acuerdo de tercer país seguro es un imposible que traerá altos costos, lo que no significa que la alternativa sea un “no acuerdo”. Se trata de buscar esa fórmula que la literatura sobre negociación y solución de conflictos pone sobre la mesa: una tercera vía que satisfaga los intereses de ambas partes, y eso le queda al nuevo gobierno.

El riesgo de crisis económica en EE. UU., producto de una política arancelaria agresiva contra China, puede repercutir en el mediano plazo en Guatemala. Hay que analizar los mercados alternativos -no tan extensos- y ver cómo promover productos y negocios en otros lugares. Una dirección específica de promoción comercial en el Ministerio de Relaciones Exteriores o una comisión mixta con el Ministerio de Economía -los técnicos que hagan el diseño- además de la presencia de personal adecuado en las principales embajadas, podría ser una estrategia para utilizar y así fomentar el clima de inversiones y la búsqueda de potenciales mercados.

La seguridad es otro de los ejes a promover y potenciar en las relaciones internacionales con Estados Unidos. El
narcotráfico, el crimen organizado, el lavado de dinero y el terrorismo son temas que preocupan al Norte. De esa cuenta, compartir tecnología, formas de control migratorio y capacitación policial puede ser algunos de los intercambios que inteligentemente se negocien, además de recibir medios -aéreos, navales y terrestres- que pueden adjudicarse a las fuerzas policiales y militares nacionales para hacer frente a dichas amenazas. El uso de espacios compartidos en fronteras, bases de datos, capacitación conjunta e incluso instalaciones militares, pueden ser bazas de negociación en esa importante área que es de enorme preocupación para los norteamericanos.

En definitiva, no hay espacio de interés que no pueda ser aprovechado por el próximo gobierno, aunque requiere del
reestablecimiento de la confianza y de la creación de una estructura eficiente y capaz en el Ministerio de Relaciones
Exteriores. Por cierto, el primero en el que la ley de servicio civil pudiera ser una realidad, por la facilidad en hacerlo debido al pequeño tamaño del mismo, pero también a la jerarquía establecida en el escalafón diplomático que lo permite con mayor facilidad.

No se puede confundir política exterior con medidas para hacer más eficiente la estructura del ministerio. Algunos
partidos políticos, en la campaña recién concluida, establecían medidas de gestión que se circunscribían a hacer
más eficiente el Minex, y eso lo ofrecían como la “política exterior guatemalteca” en caso de triunfo. No es así y representa un desconocimiento brutal del papel del ministerio. Hay que reestructurar la institución -una cosa- y otra muy diferente es establecer una estrategia en la política exterior -que además sea de mediano y largo plazo- y no como la actual que obedece exclusivamente intereses coyunturales del gobierno y de las presiones norteamericanas.

Recordemos que, además, el mundo es mucho más amplio: Centroamérica como zona en la que Guatemala debería
ejercer el liderazgo; Mesoamérica como espacio más amplio económicocomercial, de seguridad y de identidad, y el resto de América Latina, pero también Asia -India como objetivo de corto plazo-, Europa y el norte de África, especialmente con Egipto y Marruecos.

Ahí queda el reto al nuevo gobierno, pero también las capacidades instaladas de un servicio exterior que, aunque mejorable y por conformar tanto en instrucción como en modelo de carrera, cuenta con personas capaces para promover la modernización necesaria. Ahora toca esperar para ver si, por primera vez, se proyecta Exteriores como un eje importante de la política nacional.

 

Pedro Trujillo
Consejero Editorial
Revista GERENCIA
www.miradorprensa.blogspot.com

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