Más de 70 años saboreando el éxito

Dulces Típicos Santo Domingo, una tradición familiar convertida en negocio

Evangelina Alonzo Álvarez (Doña Lina).
Ramiro Bran Alonzo.

La dulcería es más que un emprendimiento. Es una tradición que nació en el seno de la familia de Evangelina Alonzo Álvarez (doña Lina), quien para obtener un ingreso económico comenzó a elaborar los dulces típicos que le enseñó su suegra, “mamá Lita”. Con la ayuda de sus hijos mayores en la comercialización comenzó un pequeño negocio. Así lo narra Rosa Elena Bran, nieta de la emprendedora y actual propietaria de Dulces Típicos Santo Domingo.

Bran comenta que, Ramiro Bran Alonzo, su señor padre, era el primogénito de “doña Lina”, y él junto a sus hermanos Humberto y René vendían los dulces cuando iban a la escuela, y las hijas ayudaban en su fabricación. Para el año 1953, Arturo Herbruger Asturias, quien en ese entonces contaba con una oficina en El Portal del Comercio, diariamente le sellaba un permiso para que los policías municipales no retiraran su venta del lugar. Así nació una tradición familiar que en manos de “doña Lina” se mantuvo durante más de 25 años, pero que ha trascendido generaciones.

Ramiro y sus hermanos trasladaron las recetas a sus parejas e hijos, y de esa forma les heredaron un patrimonio de sabor y colorido que ha permanecido en la familia y que hoy, en manos de Rosa Elena, ofrece productos de calidad. La empresaria comenta que, desde muy niña, ella y sus hermanos se involucraron en el negocio. “Prácticamente, de octubre a diciembre, nuestro curso de vacaciones era rallar coco y pelar manzanillas, higos, chilacayote y camotes y, conforme fuimos creciendo, nos tocó hacer tareas más complejas, como vender y dar vuelto a los clientes”, comenta.

En la feria internacional anual, Interfer, laboraban durante largas jornadas. Sus padres producían grandes cantidades de dulces para surtir la demanda. “Comenzábamos el día a las 5 de la mañana y terminábamos a las 12 de la noche”, recuerda Bran, quien agrega que, “el mejor día de la feria era el último, porque venía la recompensa. Podíamos disfrutar de una vuelta en los carritos locos y comernos unas flautas mexicanas o un Chévere Jumbo (de 30 centímetros), acompañado de una gaseosa”.

Rosa Elena Bran.

Sin duda, la sed de emprendimiento forma parte del ADN de Rosa Elena. De niña, vendía accesorios para el cabello y calcomanías de personajes a la hora del recreo y la salida. Cuando se casa, junto a su esposo Miguel Ángel y con la ayuda de su padre, emprendió un centro de fotocopiado, más adelante tuvo un taller de pintura en tela y porcelana rusa con una socia y amiga, con quien daban las clases. “Aprovechábamos la convivencia con las alumnas, que eran vecinas, para mostrarles catálogos de productos. Era un networking, sin saber que lo era”, asiente Bran.

En una ocasión, Miguel Ángel le preguntó a Rosa Elena qué marca eran los dulces típicos de la familia, y ella respondió que no tenían nombre. Sin embargo, ese pensamiento quedó revoloteando en su mente, hasta que le despertó el sueño por crear una marca, con la cual los dulces llegaran a ser reconocidos y la empresa de dulces típicos se posicionara como una de las mejores de Guatemala.

En ese tiempo se desencadenaron sucesos que, lejos de desmotivarlos, alimentaron aún más su sed de emprendimiento: Miguel Ángel perdió su trabajo, el centro de fotocopiado dejó de ser rentable, la casa en donde vivían y daban las clases era muy grande y tuvieron que desocuparla. De todo ello, lo que surgió fue un nuevo y mejor emprendimiento, al que llamaron Dulces Típicos Santo Domingo, en honor a Santo Domingo de Guzmán, fundador de los predicadores dominicos y patrono de Mixco, de donde son originarios.

Nace la tercera generación de sabor y colorido
Un 12 de agosto de 2002, en la Feria de Jocotenango, que organizaba el Club de Compras Majadas zona 11, comenzó la comercialización de los dulces que producía junto a su papá, su esposo, sus hermanos y un primo. El puesto era atendido por su suegra y una cuñada, y desde su casa, su señora madre y su hija, preparaban los azafates para la venta del día siguiente. Rosa Elena también menciona, como un gran apoyo, las oraciones de su tía Roselia (La Chula), porque está convencida que esas peticiones ayudaron al éxito de la dulcería.

Para entonces, las instalaciones no eran las adecuadas. Improvisaron una galera porque el proceso se hacía con leña, y esto era indispensable por la ventilación. “No contábamos con procesos, las abejas nos invadían… no había día que no saliéramos con piquetes”, recuerda la empresaria. Pero, con todo y las vicisitudes, fabricaban 10 clases de dulces, entre ellos, camote, chilacayote, higos, conservas de coco, dulces de leche, zapote y canillitas.

Desde ese momento, los retos no se han hecho esperar. Pasaron de cocinar con leña a cocinar con gas propano, así también rompieron el esquema tradicional y comenzaron a empacar los dulces de forma innovadora. Más adelante, se involucraron en procesos de certificaciones, licencias, estudios de impacto ambiental, entre otros programas que los ayudaron capacitarse, renovarse e innovar. Como resultado, comenzaron a participar en eventos internacionales, como la Feria Chapina, en Los Ángeles, California, o Guatefest, en Washington D.C.

En la actualidad, Bran dice que también ha sido importante que el negocio esté sobreviviendo a la pandemia, que en 2020 los mantuvo sin actividad durante 3 meses. “Con la ayuda de Dios, siendo perseverante y con mente emprendedora, comenzamos a promocionar en las redes el servicio a domicilio, con un primer paquete al que llamamos “Feria de Jocotenango”. Con ello, no solo llevaron a las casas el sabor de la tradición, sino juegos como lotería, ronrones o perinola, para que las familias, a pesar del encierro, pudieran compartir un poquito de la feria tradicional, celebrada en Guatemala cada 15 de agosto, en honor a la Virgen de la Asunción.

Bran dice que lo más complejo ha sido encontrar un equipo de trabajo que se apasione y quiera aprender y emprender todos los días. Con su esposo se reparten las principales responsabilidades, él es el encargado de los temas financieros: pago a proveedores, colaboradores, mantenimiento, carga y descarga de mobiliario y montaje. Ella está involucrada tanto en la producción, como en la comercialización de los productos. Hoy en día, en esa aventura empresarial familiar están involucradas las hijas de Rosa Elena: Ely Sofía e Iza Dayanna, así como sus hermanos Ramiro y René, sus cuñadas, sus sobrinos, dos primos y su mamá, María Elena Obregón, para hacer cumplir el legado que les dejó su señor padre.

Dentro de las innovaciones con que cuentan está el “Candy Bar”, que ofrecen para eventos. En la dulcería, cada uno de la familia cuenta con una responsabilidad, desde el más pequeño que pega stickers hasta el mayor, a cargo del diseño y la producción. El próximo paso promete la incursión de los Dulces Típicos Santo Domingo en algunos supermercados estadounidenses. Para Rosa Elena, esto es muy importante, porque “significa cumplir un sueño, llegar a una meta y compartir una dulce tradición”. Lo que debe a su férrea fe en Dios, al apoyo de su familia, al interés por no dejar de aprender, a sus ganas de emprender, a ser perseverante, a no dejar de soñar y a no dejar de hacer.

Asimismo, agradece al “programa Promipyme”, a cargo de la AGG. “Me ha permitido desarrollar nuevas estrategias y plantearme nuevos objetivos. Entre ellos, crear y desarrollar un calendario de redes sociales, crear contenidos de acuerdo con nuestro buyer persona, así como desarrollar un plan de implementación y una estrategia digital”. Finaliza con las frases: “vivan la experiencia, siempre se aprende”, “no todo es fácil, pero tampoco nada es imposible” y “nada se pierde con intentarlo, al contrario, se gana todo”.

Ileana López
Periodista
Revista GERENCIA
editorialgerencia@agg.com.gt

También podría gustarte