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Medidas preventivas ante los desastres naturales

Las amenazas naturales y la magnitud de sus efectos no se pueden prevenir, ni evitar. Lo que sí se puede es disminuir las vulnerabilidades por medio de una gestión de los suelos y del medio ambiente, lo que les corresponde a las autoridades competentes. Sin embargo, a nivel personal, hay tareas que pueden ayudar a la reducción de riesgos de desastre, entre ellas, analizar la construcción en donde vivimos y su entorno.

Los desastres pueden ser menos dañinos si entendemos por qué suceden y si conocemos las medidas para mitigarlos. Por ello, las comunidades debieran conocer a profundidad el lugar en donde viven, qué los rodea y qué ha construido el ser humano en esos sitios, que los vuelve vulnerables.

Conocer la historia es un primer gran paso. Las mismas escuelas debieran orientar sobre catástrofes anteriores y si, en ese momento, se tomaron buenas o malas decisiones. Porque ante una amenaza natural, es importante que a la brevedad los habitantes sepan cómo conducirse, que identifiquen los lugares seguros para refugiarse, que socialicen los planes de emergencia, que cuenten con botiquines y que sepan qué decisiones tomar mientras llega la ayuda, para evitar la pérdida de vidas humanas y minimizar los daños a las actividades económicas.

Crear conciencia sobre los sistemas de predicción y previsión son tareas que les corresponden tanto al gobierno como a la misma población. Solo de esta forma se estará mejor preparado y se podrán desarrollar alertas tempranas, y esto puede hacerse por medio de campañas de información y sensibilización a nivel nacional.

En la clasificación de riesgo de sufrir desastres naturales, Guatemala ocupa el quinto lugar, según datos presentados en 2010 por el Fondo Mundial para la Reducción y Recuperación de Desastres y el Banco Mundial. Y esto incluye eventos sísmicos y volcánicos, que han representado un alto costo humano y un impacto negativo para la productividad.

Huracanes, deslizamientos, derrumbes, inundaciones y terremotos han cobrado miles de vidas humanas en el país. En años más recientes, se puede mencionar el alud en El Cambray II y la sexta erupción del Volcán de Fuego. En tiempos más lejanos, pero frescos en la memoria, quedan las tormentas Stan y Mitch o el ciclón tropical Agatha.

Por ello, aunque existan leyes y políticas nacionales para la reducción de riesgos, que bien vale la pena hacerlas valer, las comunidades también debieran involucrarse con el fin de resguardar sus vidas y que la vulnerabilidad para la población y su medio de vida sostenible disminuya.

Ileana López Ávila
Directora
Revista GERENCIA
gileana@agg.com.gt

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