Sufre la estrella de la era industrial

Los automóviles son los mayores generadores de contaminación ambiental, pero ¿cuál es la solución?

En semanas recientes, la Ciudad de México, una de las mayores macrourbes latinoamericanas, vivió jornadas de riesgo para sus habitantes y visitantes debido a la alta presencia de partículas contaminantes producidas, especialmente, por la ingente cantidad de vehículos de combustión interna que circulan en sus calles (más de 5 millones).

El suceso reflejó dos de los aspectos más conflictivos de las relaciones entre humanos y máquinas en la era del capitalismo posindustrial: la incapacidad para resolver el problema de los contaminantes que producen los ingenios creados por la propia humanidad, y los efectos políticos o sociales concomitantes.

El tráfico creciente en las urbes es, a su vez, reflejo de otra realidad mucho mayor, que hasta ahora supera las previsiones de cualquier plan de corto plazo. La humanidad cada vez más vive en ciudades, particularmente en los países subdesarrollados, aunque la tendencia es manifiesta también en Europa y América del Norte.

Más del 80% de la población europea vive en ciudades, y en el mundo, este porcentaje ya supera el 50%. Estas grandes concentraciones precisan de servicios de todo tipo, entre los cuales el transporte es uno de los prioritarios.

Si bien los centros urbanos en el mundo apenas ocupan el 1% del territorio del planeta, consumen más del 75% de la energía y producen más del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero, de acuerdo con diversos estudios.

Los efectos de esta enorme concentración de motores de combustión interna en medio de inmensos conglomerados de personas provocan otros efectos igualmente indeseables que los daños a la salud. También hay problemas causados por el ruido que generan, con efectos físicos y psicológicos en cada vez mayor número de personas.

Automóviles y era industrial

El automóvil es el producto más típico de la Era Industrial que dominó desde fines del siglo XVIII a fines del siglo XX.

A finales de 2017 más de 97 millones de automóviles circulaban por las carreteras de todo el mundo, de acuerdo con el portal AirBag, que proyectaba una cifra de solo poco más de 98 millones para 2018, con Asia a la cabeza de los fabricantes, especialmente gracias a China.

La combustión de los motores de gasolina o diésel produce especialmente monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre y partículas en suspensión y compuestos volátiles orgánicos. También generan dióxido de carbono (CO2), que, aunque no es tóxico, es uno de los principales gases causantes del efecto invernadero.

Aunque los motores han sido mejorados a lo largo de los años, siguen lanzando estos gases a la atmósfera, que se suman a los que producen las industrias o fábricas instaladas en los centros urbanos o sus cercanías, debido a que estos cuentan con recurso humano cercano, fuentes de comunicación óptimas, aeropuertos, puertos, carreteras, agua, electricidad y otros servicios esenciales para la producción industrial.

La saturación de vehículos también provoca contaminación de ruido con efectos físicos y psicológicos

Si bien en 2018 las ventas de carros eléctricos crecieron un 64% hasta alcanzar 2.1 millones de unidades en el mundo, según Movilidad Eléctrica, representan apenas una pequeña parte del total vendido en el planeta. Se espera, sin embargo, que en las próximas dos o tres décadas este tipo de planta de poder sustituya totalmente a la de combustibles fósiles.

Con el tiempo, no obstante, habrá que tomar en cuenta que, si bien estos autos no contribuyen a la emisión a la atmósfera de gases o partículas nocivas para la salud de los seres vivos, sus partes intrínsecas, en particular las baterías de litio y otros componentes (metal, plásticos, neumáticos), deberán tener un destino que no contribuya a la generación de basura contaminante.

Por de pronto, y hasta al menos el año 2040, no se esperan grandes cambios en la forma de motorización de los vehículos, particularmente porque sus costos siguen siendo más altos y los espacios para cargarlos, mucho más escasos que las gasolineras.

Entretanto, los motores de combustión interna continuarán abonando a un proceso de contaminación que contribuye al calentamiento global ya plenamente comprobado en el mundo, al que los humanos contribuimos decisivamente, pero del cual ignoramos someramente las consecuencias que podrá tener en el futuro cercano.

 

Antonio Girón
Periodista
Revista GERENCIA
editorialgerencia@agg.com.gt

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