Nutrición, inversión fundamental para el desarrollo
Jorge Lavarreda
Lamentablemente, Guatemala se destaca por ser un país con una muy alta prevalencia de desnutrición crónica; es decir, según la última medición disponible, casi la mitad de nuestros niños menores a cinco años tienen un retraso en su crecimiento.
En los últimos veinte años esta prevalencia se ha reducido a un ritmo lento, y hace alrededor de una década casi el 40% de las muertes de la niñez eran atribuibles a la desnutrición proteico-energética. Por otro lado, las lesiones que sufren las personas en sus primeros años de vida generan trastornos permanentes a lo largo de su vida. Por ejemplo, la evidencia muestra que las personas que han sufrido de desnutrición crónica tienen efectos adversos en su desarrollo cognitivo que les dificulta sus capacidades de abstracción, análisis y pensamiento matemático.
Otros efectos negativos que se han encontrado son menor rendimiento en el trabajo, alteraciones emocionales y afectivas, inseguridad y baja autoestima, limitada capacidad para desarrollar actividades de socialización, entre otros. Además, según un informe reciente del Comité permanente de nutrición del sistema de las Naciones Unidas, “una buena nutrición ayudará a los países a cumplir una serie de metas que son cruciales para el desarrollo acelerado.
Por lo tanto, “es una excelente inversión”. En síntesis, la evidencia nacional como la internacional muestran que hay costos de corto y largo plazos asociados al problema de la desnutrición crónica, por lo que es un imperativo actuar para afrontar este problema.
La buena noticia es que se cuenta con evidencia científica de las acciones que son más costo efectivas para afrontar este problema. Como la desnutrición crónica se genera en la infancia temprana se debe priorizar realizar acciones durante los primeros mil días de vida de las personas.
Concretamente la Iniciativa Global de Fomento a la Nutrición en el mundo identificó trece intervenciones capaces de prevenir la desnutrición infantil, que proponen sean implementadas con calidad y cobertura nacional durante varias décadas: 1) lactancia materna, 2) alimentación complementaria, 3) mejoramiento de las prácticas de higiene que incluyen el lavado de manos, 4) vitamina A, 5) Cinc terapéutico con el manejo de la diarrea, 6) micronutrientes en polvo, 7) desparasitación de niñas y niños, 8) suplementos de hierro y ácido fólico en embarazadas para prevenir y tratar la anemia, 9) cápsulas de yodo donde no se fortifique la sal, 10) yodación de la sal, 11) fortificación con hierro de alimentos básicos, 12) prevención y tratamiento de la desnutrición moderada, y 13) tratamiento de la desnutrición aguda severa con alimentos terapéuticos listos para consumo.
En el caso de Guatemala con el “Plan Hambre Cero” se pretende lograr dos resultados: 1) reducir en un 10% la desnutrición crónica infantil entre 2012 y 2015; y 2) evitar las muertes por desnutrición aguda, especialmente durante los meses más críticos del período anual de hambre estacional.
Nos debemos preguntar si este primer resultado es una meta factible, porque al revisar los cambios en la prevalencia de la desnutrición crónica en el mundo, entre 1990 y 2009, encontramos que la meta del gobierno implica que estaríamos en el 5% de los países más exitosos. En todo caso, me parece que el punto de partida será iniciar con la implementación de las intervenciones más costo-efectivas.