“Mi obligación es ayudar a los menos favorecidos”

Trabajo social arduo y carisma cálido han impregnado las tareas que se ha impuesto Isabel Gutiérrez de Bosch, una mujer nacida en Totonicapán que enfrentó hechos cruciales que moldearon su espíritu y le brindaron fortaleza de carácter, pero a la vez sensibilidad ante los problemas de la sociedad.

Isabel Gutiérrez de Bosch, presidente de la Fundación Juan Bautista Gutiérrez.

Las muertes trágicas de Alfonso Bosch, su esposo, y un hermano de ella, quienes trasladaban ayuda para las víctimas del huracán Fifi , a comienzos de los años 70, cambiaron drásticamente la vida de doña Isabelita, como muchos la llaman.
Como madre de cinco hijos y viuda, debió tomar las riendas de su hogar, lo que implicó mantener la estabilidad económica y fi jar el camino de la rectitud en sus tres varones y dos mujeres, con lo que acepta, se convirtió en una “madre regañona”, pero que logró sus objetivos.

Para entonces, contaba con una profesión como secretaria ejecutiva. “A finales de los años 40, era lo máximo a lo que una mujer podía aspirar. Porque ir a la universidad era visto como un crimen”, cuenta Gutiérrez. Sin embargo, al dedicarse por años al cuidado de sus hijos, debía colocar el contador de la productividad nuevamente en cero, impulsada por una situación que le exigía el cien.

Como madre tuvo muchas satisfacciones, participó en los comités de padres que organizan los colegios. De hecho, formó parte del equipo que construyó para el Liceo Javier, la piscina, la cafetería y el auditorio.

Como empresaria, incursionó en la administración de dos cafeterías que había fundado don Alfonso, que muchos recordarán por el nombre de Servipollo. Mientras crecían y proveía estudios a sus hijos, también se hizo cargo de una finca de caña de azúcar, en Escuintla, en donde fue víctima de la insurgencia y enfrentó incendios que si bien la hicieron perder varias cosechas, a la vez le permitieron ganar firmeza y carácter. Esta nefasta situación se prolongó por años, hasta que su segundo hijo concluyó estudios en el extranjero, de cualquier forma optaron por alquilar el terreno.

Sus otros hijos fueron encajando a punta de esfuerzo en la vida laboral y empresarial. Esto le permitió a la emprendedora dedicarse de lleno a una labor que ha sido encomiable para el país y que, sin duda, honró el espíritu altruista de don Alfonso, quien en su matrimonio la había involucrado en el servicio social. Doña Isabelita se convirtió en la presidente de la Fundación Juan Bautista Gutiérrez, desde donde ha provisto becas de estudio a los niños y ha apoyado a las mujeres que padecen cáncer cervical, con lo que disminuye la orfandad, que en el año anterior registró para Guatemala 4 mil casos.

La Teletón ha sido otro de los proyectos que ha beneficiado. En 1990 apoyó el funcionamiento de Fundañiña, producto de sus vivencias como colaboradora en Aldeas Infantiles S.O.S., en donde amparan a las jóvenes solo hasta los 14 años, lo que les permite terminar de formarse, pero lejos del peligro. Hoy, el hogar cuenta con sede en Quetzaltenango, Mazatenango y la ciudad capital. Las niñas se gradúan de bachilleres o secretarias bilingües, más una profesión técnica, como chef u operador de turismo.

Recientemente, doña Isabelita atiende el proyecto “Mi salud, mi responsabilidad”, dirigido a las escuelas públicas del país, el que se ha extendido por varias localidades.

A sus 80 años, con una ataviada sonrisa, profundos ojos azules y su singular sentido del humor, confiesa que cada día se levanta con el sentimiento de que la vida ha sido buena con ella. “Dios me ha dado tanto y mi obligación es ayudar a los menos favorecidos, a las niñas y los niños abusados o abandonados, a estudiantes destacados y a mujeres violentadas o con enfermedades incurables”. Esta dama incansable concluye con la frase “no me gusta tener tiempo libre. Me aburro y si me detengo un solo día, me entra el viejo”.

Victoria Alvarado
Periodista
Revista GERENCIA
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