Coronavirus, amenaza para la educación

La crisis económica podría acentuar la deserción escolar

Hace más de 170 días que las aulas permanecen vacías. Niños y adolescentes abandonaron sus centros educativos para confinarse en el hogar y protegerse del temible Covid-19, que ha demostrado gran capacidad para propagarse. Mientras tanto, las clases suceden como las escuelas y los centros educativos pueden, porque no se trata únicamente de implementar plataformas virtuales, sino de que, además, cada niño cuente por lo menos con un celular con conexión a internet para recibir sus clases.

Pero no solo ello es indispensable para retener a los estudiantes, también se necesita de la tranquilidad financiera y emocional en el hogar, y de que disminuya la situación laboral a temprana edad, factores que se han agravado como consecuencia de la pandemia. A esto hay que agregar el desempleo por el que atraviesan tanto padres de familia como los mismos jóvenes que, con el deseo de superarse, financian sus estudios.

Antes de la pandemia, otra amenaza era la migración. Que ha provocado la deserción escolar a nivel medio, sobre todo en la secundaria básica y superior, en donde es más frecuente. Esto se debe a que, los jóvenes ven en la migración una motivación y salida más rápida a la pobreza, que la que puede ofrecerles la permanencia escolar.

A ello se suma el difícil acceso a los establecimientos educativos, con lo que los retos para el sistema público han aumentado. Porque si bien, las instituciones privadas encontraron en la tecnología un gran aliado, las escuelas públicas cuentan con una vivencia poco favorable, así lo narra la maestra Celia Ogáldez, de la Escuela Oficial Urbana Mixta del Barrio La Libertad, en Joyabaj, El Quiché.

 

Ogáldez cuenta que, sus alumnos pudieron enterarse de la pandemia y de las normas de higiene para evitar la propagación, tan solo un día antes de que se reportara el primer caso de Covid-19 en Guatemala. Y eso porque un médico, amigo de ella, le hizo el favor de darles una charla.

Esta escuela, como otras públicas del país, cerró sus puertas el 16 de marzo. Sin embargo, durante un mes completo los alumnos no recibieron clases. Ogáldez indica que, los maestros estuvieron esperando instrucciones por parte del Ministerio de Educación para continuar, pero que eso no sucedió: “no hubo una guía, algún libro o apoyo que nos permitiera retomar las clases. El Ministerio no se preparó con anticipación, a pesar de que desde diciembre del año anterior se sabía de la pandemia”, indica a Gerencia.

Por ello, como iniciativa propia, los maestros de esa escuela se reunieron para identificar un sistema que les permitiera a los niños avanzar en los estudios. El problema es que, en muchos hogares de Joyabaj no hay energía eléctrica y mucho menos internet o celulares modernos. Allí todavía son populares los “frijolitos” (teléfonos básicos de muy baja gama), con los que no se puede navegar en las redes sociales.

La maestra relata a Gerencia que, ante la falta de un plan de emergencia a nivel magisterial, su primera tarea fue hacer un recuento de los recursos con que contaban sus alumnos. De 30, solo 6 poseían un aparato celular con WhatsApp, y otros 8 podían conseguir uno en algún momento para darle seguimiento a sus estudios. Lo que indica que más de la mitad de sus alumnos no podrían retomar las clases a distancia a través de la tecnología.

Entre esos casos, Ogáldez expone el de un niño, hijo de una tortillera que había quedado desempleada, y el del hijo de un albañil, a quien habían despedido de su trabajo, por lo que apenas estaban subsistiendo. Por ello, se reunieron entre maestros para proponer la forma en que seguirían trabajando, lo que los llevó a desarrollar unas folletos básicos y sencillos, con cronogramas para que los niños trabajaran en casa. “Tomamos en cuenta que muchas madres de familia son analfabetas y que la mayoría son monolingües (maya-quichés), y por esa razón no podrían ayudar a sus hijos”, explica.

Al concluir los folletos, los llevaron a una fotocopiadora para que cada familia recogiera la guía de trabajo del niño, por un valor de Q5. Al finalizar el bimestre, en agosto, los alumnos deben enviar sus tareas a la escuela para que los maestros puedan darles una ponderación. Lo mismo sucederá con los exámenes.

Los alumnos que manejan WhatsApp han podido resolver dudas en tiempo real y mantienen una comunicación más frecuente. Ogáldez dice, “nosotros estamos trabajando a rajatablas, porque el Mineduc no nos ha apoyado, apenas dieron unas hojitas en el primer desembolso de la alimentación, pero de allí para acá no ha habido más material. Sin embargo, vamos a correr el riesgo, porque hay lugares que ni siquiera están trabajando”, comenta en la entrevista.

Aun con todos estos esfuerzos, hay niños que mandan sus tareas de vez en cuando; hay un niño que escribe por la noche, ya que en el día sale a lustrar zapatos, y una niña que envía su trabajo a las 3:00 a.m., porque a esa hora regresa su papá de trabajar en el mercado.

Ogáldez agrega que, como maestra se enoja porque el gobierno y la ministra no hayan preparado un plan educativo ni antes ni después de entrada la pandemia, porque ha habido tiempo suficiente para enviar guías de estudio o liderar un programa radial.

El contraste
La historia de Hugo Ortiz es única entre muchas. En 2016, junto a su hermana, comenzó un negocio familiar de embutidos. Cuenta que al comienzo de la pandemia estaban muy preocupados por la situación financiera que veían venir; sin embargo, sucedió todo lo contrario, el éxito se hizo presente y los llevó a crecer diez veces más de lo que tímidamente habían podido en los últimos cuatro años.

Han pasado varios meses después del repunte, con lo que Ortiz cuenta lo bien que está el negocio y lo mal que le ha ido en las clases, porque antes trabajaba un día a la semana y hoy no descansa los siete, lo que le ha impedido continuar sus estudios como Community Manager, en el Intecap. Sin embargo, comenta que hará todo lo posible por concluir el año, porque precisamente los conocimientos que ha obtenido les han abierto las puertas del éxito a él y a su hermana María Reneé Ortiz, propietarios de Embutidos La Colina. Él es quien se encarga de promover el producto en las redes y de atender virtualmente a los clientes.

Como muestra de ese crecimiento, comenta que antes repartía el producto en su vehículo. Y que, a partir de la pandemia, han tenido que comprar una panel y un pickup para cumplir con los clientes, que antes eran de la capital y ahora se han expandido a Jalapa, Jutiapa, Santa Rosa, San José Pinula, Fraijanes, Sacatepéquez, San Lucas, Amatitlán, Villa Nueva y varios municipios de Chimaltenango, con lo que han abierto cuatro oportunidades de empleo para tres repartidores y una cocinera, y de forma indirecta para 65 amas de casa, algo que los llena de mucha satisfacción.

Sin duda, y ahora que la ministra de Educación, Claudia Ruiz, confirmó que en lo que resta de 2020 los niños y adolescente no regresarán a las aulas para culminar el ciclo escolar, la deserción escolar seguirá siendo un reto para el sistema educativo de Guatemala que, en 2018, alcanzaba un 42% más que el año anterior, con 217 mil 739 personas que abandonaron las clases, en comparación a las 152 mil 820 que lo hicieron en 2017.

Lo importante es aprovechar las lecciones aprendidas. Después de esta experiencia que agitó al gremio docente y lo sacó de su área de confort para que las clases continuaran a distancia, habría que tomar ventaja de los nuevos recursos que se pusieron en marcha y apuntalar a una inversión más enfocada en tecnología, para que la educación siga siendo un pilar de crecimiento económico y un ingrediente básico para el desarrollo social.

Ileana López
Directora
Revista GERENCIA
gileana@agg.com.gt

 

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