El placer es el bien primero

Mezclar trabajo y ocio podría parecer una paradoja, pero resulta altamente productivo para trabajadores y empresas

Mi ocio es el mayor bien que poseo”, es una frase que la historia le atribuye a Aristóteles, el filósofo estagirita que también fue maestro del mayor militar de todos los tiempos y posiblemente el hombre más rico que haya existido, el gran Alejandro de Macedonia.

Ciertamente, no todos los grandes pensadores ni en todas las épocas se ha pensado de esa forma. Así, por ejemplo, Benito de Nursia valoraba el sacrificio y el trabajo sin recompensa como forma de vida ideal de las comunidades monacales, cuyo canon estableció hace mil quinientos años, ni tampoco el ocio estaba en la mente o necesidades del francés Juan Calvino, creador del más estricto experimento teocrático fundamentalista de tiempos modernos, en Ginebra, si exceptuamos algunas actuales manifestaciones en países islamistas o en corrientes de esta religión.

 

 

El “ocio” se acerca a aquello que el filósofo griego Epicuro de Samos, allá por el cuarto o tercer siglo antes de Cristo, describió así: “no es lo que tenemos, sino lo que disfrutamos, lo que constituye nuestra abundancia”.

Pero en contraposición a esto, numerosas corrientes religiosas, filosóficas, políticas y hasta empresariales han abogado como un “sacrificio” necesario para sacar adelante a empresas y proyectos el esfuerzo, el tesón, el tiempo absoluto y la entrega total.

Hay sociedades con éticas pro-trabajo que prácticamente excluyen cualquier tipo de descanso o de ocio, al que toman como un obstáculo para el despegue y la productividad. En Corea del Sur, por ejemplo, suele verse como un valor positivo el trabajar mucho más que ocho horas diarias y numerosas extras para concluir la jornada laboral; en Japón, el exceso de competitividad ha impulsado a miles de jóvenes al suicidio; en Europa, hasta hace al menos pocos años, la austeridad en descanso y distracción también eran tomados como valores dignos de destacar.

El ocio, dice en su cuarta acepción el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, son aquellas “obras de ingenio que alguien forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones”. El mismo instrumento lo describe como “diversión u ocupación reposada” y lo liga al “descanso de otras actividades”.

El ocio, afirman otros, es un fin en sí mismo, en tanto que el trabajo es una “actividad con un propósito”. Solo el ocio se explica por sí mismo, pero contrariamente a la versión medieval y cristiana del ocio, ya no se toma como la inactividad, o peor aún, la pereza, sino que es la búsqueda de la felicidad personal, en el mismo sentido que los hedonistas lo percibían hace más de dos mil años.

El ocio nos permite refrescarnos, obtener nuevas ideas y conocer nuevas maneras de actuar ante un problema. En otras palabras: nos inspira de cara al trabajo.

 

Y no es que sea mejor o peor. Es una mentalidad diferente que consiste en lograr que ocio y trabajo sean compatibles, convivan y se retroalimenten.

Incluso las empresas están empezando a incorporar el bleasure en los entornos laborales. Son de sobra conocidas las instalaciones y espacios de ocio que empresas como Google ponen a disposición de sus empleados en las propias oficinas.

El bleasure, o arte de combinar placer y trabajo, aboga por una difuminación de los límites entre ambas facetas de la vida.

Los beneficios para los empleados que se adaptan a esta manera de trabajar son equiparables a los que obtienen las empresas que lo permiten. Los primeros cuentan con la confianza de las segundas para gestionar su tiempo con libertad, y las segundas se ven recompensadas con mayor productividad y más lealtad por parte de su personal.

Ocio y trabajo

“Cuando compartes tiempo de ocio voluntario con personas del trabajo, las relaciones se manifiestan de otra manera porque la jerarquía de la organización desaparece. El trato con el compañero o la jefa o jefe cambia, se puede hablar de todo de una forma más natural”, explica Manuel Ortín Botella, profesor de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH).

El ocio, dice Ortín Botella, constituye un buen aliado para resolver conflictos, crear un clima laboral saludable y mejorar el rendimiento de los equipos de trabajo, factores claves en la productividad de las empresas.

Hace cuatro siglos, el asceta tiránico Calvino daba comienzo a una ética del culto al esfuerzo y al trabajo, que ha sido base en el impulso al capitalismo más desarrollado, ética que ahora ha entrado en conflicto con la nueva era postindustrial, en la cual “las generaciones más jóvenes ya no se comprometen con un salario o con la estabilidad de un puesto, sino que buscan en el trabajo las virtudes y beneficios de una experiencia valiosa de ocio”, señala un estudio de la Universidad de Zaragoza (España), sobre productividad y empleo.

Significa que en el trabajo de la era actual es muy importante dedicar tiempo a la satisfacción de las necesidades personales de distracción y descanso. En lo individual, hay numerosas formas de concretar esta aspiración.

Para los ejecutivos actuales se abre un abanico de posibilidades de cultivar el ocio. Véase si no las opciones que nos dan centros de distracción como los cines, los centros comerciales, los gimnasios o los bares de copas, donde se reúnen grupos de amigos o de compañeros de trabajo para hablar de numerosos temas.

Pero no solo la calle provee distracciones. La lectura, por ejemplo, es una gran compañía para quienes deseen pasar momentos agradables, haciendo volar su imaginación o complaciendo una curiosidad.

Aunque venida a menos, la televisión también representa una posibilidad, especialmente si somos capaces de disfrutar una película o una competencia deportiva, ya sea solos o con amigos o familia.

Hace años, mientras era corrector de galeras en un conocido semanario mexicano, al director se le ocurrió la brillante idea de instalar un bar en el penthouse de la sede. Ahí también colocó una mesa de billar y una de ping pong, deportes que ayudan enormemente al relajamiento y la distracción. Cuando el estrés del cierre apretaba, una buena copa y un juego de bola negra ayudaban a bajar la tensión y mejoraban la comunicación y la productividad entre compañeros.

Hagamos de nuestra cotidianidad lo que aquellos antiguos caminantes de la vieja Grecia señalaban como formas de disfrutar la vida. Los viejos hedonistas perviven en cada uno de los que pensamos que, si bien el trabajo es un disfrute, lo es más acompañado de los pequeños placeres de la vida.

 

Antonio Girón
Colaborador
Revista GERENCIA
editorialgerencia@agg.com.gt

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